jueves, 25 de marzo de 2010

El viaje del tigre

Hace unos días, me sorprendí al escuchar, en un informativo de TV, la noticia de la fuga de cuatro tigres de Bengala de un zoológico de Gran Canaria, que concluyó con la muerte a tiros de tres de ellos. Me entristeció mucho que a tres animales salvajes, de una especie en peligro de extinción, se les haya dado muerte de tal forma. Me llamó la atención el tratamiento que esta noticia tuvo en el medio que la difundió, ya que, tras una narración en tono jovial de lo ocurrido, se cerró la información con un “pseudochiste”.

No he sido la única persona que, tras escuchar el suceso, ha reaccionado con indignación y con la convicción de que matar a otro ser siempre debe ser el último recurso y con la seguridad de que, si así ocurriera, esa muerte sería tratada con el respeto que merece.

El respeto a la vida animal brilla en muchas ocasiones por su ausencia. Es en el trato que dispensamos a nuestro prójimo, a nuestro hogar (la Tierra), y a todas las criaturas que en él moran donde desplegamos la dignidad que nos caracteriza como seres humanos.

Huelga decir que la que aquí escribe se opone a la tauromaquia, sin que haya ningún argumento a su favor que la pueda hacer dudar. El dolor es dolor, y el sufrimiento es sufrimiento; ambos son considerados negativos por los seres humanos; si se puede evitarlos, se evitan, ¿no?

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